julio 15, 2011

isabelallende.


''. . La música es un viento que se lleva los años, los recuerdos y el temor, ese animal agazapado que tengo adentro. .

. . Honoré podía sacarle música a una cacerola, cualquier cosa es sus manos tenía compás, melodía, ritmo y voz; llevaba los sonidos en el cuerpo, los había traído de Dahomey. Mi juguete era una calabaza hueca que hacíamos sonar; después me enseñó a acariciar sus tambores despacito. Y eso desde el principio, cuando él todavía me cargaba en brazos y me llevaba a los bailes y a los servicio vudú, donde él marcaba el ritmo con el tambor principal para que los demás lo siguieran. Así lo recuerdo. Honoré parecía muy viejo porque se le habían enfriado los huesos, aunque en esa época no tenía más años de los que tengo yo ahora, Bebía tafia para soportar el sufrimiento de moverse, pero más que ese licor áspero, su mejor remedio era la música. Sus quejidos se volvían risas al son de los tambores. Honoré apenas podía pelar patatas para la comida del ama con sus manos deformadas, pero tocando el tambor era incansable y, si de bailar se trataba, nadie levantaba las rodillas más alto, ni bamboleaba su cabeza con más fuerza, mi agitaba el culo con más gusto. Cuando yo todavía no sabía andar, me hacía danzar sentada, y apenas pude sostenerme sobre las dos piernas, me invitaba a perderme en la música, como en un sueño . .

Baila, baila, Zarité, porque esclavo que baila es libre... mientras baila . . ''


Isabel Allende.
La isla bajo el mar.